Fecha: Otoño de 2010.
Gestación, Gestión, Indigestión, Autogestión y Antigestión de La Más Bella
Comencemos este texto avisando de que su título no es inédito. De hecho, bajo este nombre La Más Bella ha realizado dos presentaciones en varios foros académicos de Madrid durante 2010, en los que se nos requería para explicarnos a nosotros mismos. Tal vez, por tanto, a algún lector le sonará este título y reconozca alguna de las ideas aquí expresadas. Le pedimos perdón de antemano por repetirnos, pero una de las conclusiones que sacamos siempre que nos miramos al espejo es que nos repetimos bastante, incluso a veces pensamos que esa es una de las claves de nuestro… (¡¡¿¿ iba a decir éxito ?!) …esa es una de las claves de nuestra supervivencia.
No obstante, tranquilos. Aprovecharemos la oportunidad que se nos ofrece para intentar ir un poquito más lejos y explicar algunas cosas que no siempre decimos, aunque tal vez las pensamos.
Vamos pues a explicar el título: ¿qué queremos decir con cada uno de estos epígrafes: Gestación, Gestión, Indigestión, Autogestión y Antigestión de La Más Bella? Vamos por orden, y tratando de abreviar.
Gestación
La Más Bella es un proyecto editorial creado por tres personas en 1993: Diego Ortiz, Juanjo El Rápido y Pepe Murciego. En su origen nació como un típico fanzine impulsado por tres típicos estudiantes terminales de Bellas Artes (Juanjo y Pepe) y Ciencias de la Información (Diego) con la típica idea de publicar nuestros trabajos plásticos y visuales ante la típica certeza de que nadie nos iba a hacer caso dentro de las (pocas) revistas de creación que había en el típicamente desolado panorama editorial madrileño de aquella época.
Gestión
El modelo fanzine rápidamente impuso sus típicas rutinas a la hora de gestionar: llamar a los amigos para pedirles colaboraciones, diseñar nosotros lo que hubiera que diseñar, realizar los procesos de preimpresión en el lugar más barato, daba igual la calidad, imprimir en un sitio que nos recomendó una amiga, daba igual la calidad. Y salió. El modelo de gestión resultó un éxito.
Indigestión
El tercer apartado suele ser común a la inmensa mayoría de proyectos editoriales que hemos conocido en estos años: la ruina. Más comúnmente, una suerte de ruina moral que te lleva a pensar: “prefiero gastarme el dinero en otra cosa, en empezar a pagar el piso, por ejemplo”. Milagrosamente La Más Bella se salvó de esa ruina. En primer lugar gracias al modelo de gestión, que nos llevó a buscar la-manera-más-barata-imposible para producir los primeros números. No hubo ruina económica, pudimos pagar a la imprenta. Y en segundo lugar nunca nos invadió la ruina moral. No tenemos explicación para ello (por eso lo de milagro, porque no lo sabemos explicar). Se da la circunstancia de que en estos primeros años uno de los fundadores del proyecto, Juanjo El Rápido, decidió abandonar. Pero muy al contrario de lo que el lector está pensando (“ajá, al menos a uno sí le afectó la ruina”) Juanjo El Rápido inició una serie de proyectos editoriales con básicamente los mismos fundamentos de gestión –e indigestión- que La Más Bella, y que aún le tienen entretenido. Otro milagro.
Autogestión
¿Será ésta la explicación del milagro?. El modelo fanzine, que tiene toda una serie de implicaciones estéticas y un cierto posicionamiento social, en el caso de La Más Bella invadió las estructuras económicas del proyecto: ausencia total de previsiones económicas, ausencia de una contabilidad, seguimiento irregular de la distribución, las ventas… La certeza de que las estrategias convencionales de la industria editorial (la búsqueda de anunciantes, el marketing…) eran conceptos que no sabíamos manejar, por lo que era mejor no manejarlos. Es lo que muchos llamarían mentalidad artesanal, idea que a nosotros nos resulta un poco incómoda, porque nos gustan mucho los procesos industriales, los polígonos, las naves, las compañías de transporte urgente, las rugientes máquinas offset… La autogestión por tanto se resume en valorar los problemas a corto plazo y tratar de solucionarlos con nuestras posibilidades, a menudo con nuestras manos, y desde luego con nuestro dinero.
Antigestión
Como avanzábamos al principio de este texto, los argumentos iniciales que exponemos en este artículo ya fueron contados ante dos auditorios diferentes hace unos meses. Dos auditorios diferentes que en cambio tenían algo en común: los dos eran cursos centrados en la Gestión Cultural, con mayúsculas. Se nos requirió para explicar nuestro modelo de Gestión Cultural con mayúsculas, y tal como lo estamos escribiendo aquí lo contamos ante los alumnos asistentes. Y a los dos se les transmitió la misma conclusión: este modelo no es extrapolable, a esto no se le puede llamar gestión, en la medida en que la mayoría de las decisiones estratégicas del proyecto no responden a una planificación sino a la necesidad de aportar una solución a corto plazo a un impulso, el impulso de editar. Esto no es gestión, señores, esto es Antigestión, también con mayúsculas. Llegado este punto siempre citamos las palabras de un admirado colaborador y amigo de La Más Bella, el diseñador Aitor Méndez, que en unas charlas se congratuló de que pudieran existir proyectos como La Más Bella basados fundamentalmente en una red de afectos. ¿Puede una red de este tipo superar las carencias que supone no tener un modelo de gestión homologable? En nuestro caso sí ha podido.
Como conclusión a esta mirada a nuestro interior, digamos para las personas que no conozcan nuestro proyecto que La Más Bella edita una revista de creación, que esta revista tiene un marcado carácter experimental y objetual, que publica periódicamente (es una revista) trabajos de creación específicamente pensados para ser editados, que los trabajos son aportados por colaboradores a los que les pedimos trabajos más o menos concretos sobre temas monográficos y en un amplio abanico de disciplinas plásticas, visuales, filosóficas, artísticas, poéticas, conceptuales, folclóricas, etc. El resultado es la Revista La Más Bella, que ustedes pueden ver en la imagen que acompaña a este texto, en nuestra web www.lamasbella.org y en alguna librería de su ciudad en la que sus responsables se preocupen de tener ediciones que flotan en los márgenes de la industria editorial.
Pero vámonos más atrás. ¿Por qué editar? ¿En qué espejo se miró La Más Bella en sus orígenes? A pesar del solar o más bien del socavón cultural en el que se sumió Madrid tras la disolución de la dichosa movida, en una ciudad nunca deja de haber movimiento cultural, y a principios de los años 90 en Madrid lo había, y tuvimos la suerte de que nos pasó muy cerca. Gracias a amigos comunes, tuvimos la oportunidad de ser casi los primeros en ver el primer ejemplar de la revista El Canto de la Tripulación, un proyecto cuya cabeza visible es el fotógrafo Alberto García-Alix, pero que era el resultado del trabajo colaborativo de mucha más gente. En un momento de una charla sobre su trabajo como fotógrafo, García-Alix puso sobre la mesa el ejemplar del número 1 del Canto de la Tripulación que había ido a recoger a la imprenta unas horas antes. Aún conservamos esos ejemplares. El Canto de la Tripulación era una publicación editada con primor, muy bien diseñada e impresa y que recogía trabajos libres de pintores, fotógrafos, escritores… que trabajaban activamente en el Madrid de la época, y que tenían en común el hecho de que eran amigos y entre todos constituían una especie de grupo heterogéneo pero conectado (una tripulación, la llamaba el propio García-Alix). Eran los que en aquellos momentos hacían cosas en Madrid, ahí estaban todos. Si bien los primeros movimientos de La Más Bella no se podían comparar con el poderío que exhibía El Canto de la Tripulación en sus primeras ediciones, inconscientemente se iba concretando una idea que nunca ha sido expresada en voz alta y que no figura en ningún ideario escrito de La Más Bella, pero que ha protagonizado siempre nuestra actividad: si quieres ver algún trabajo editado, edítalo tú, no esperes a que alguien te edite. En los tiempos en los que el concepto de autoedición, los ordenadores y las fotocopiadoras ya estaban absolutamente integradas en nuestras vidas, la idea que se formó en nuestras cabezas era que editar era posible, y además rápido. La estela de El Canto… era la de que un proyecto editorial independiente, autónomo y autogestionado era viable. Nunca se pronunciaron las palabras “editorial independiente”, “autogestión” ni “viabilidad”, pero en esas primeras ediciones estábamos ejerciendo de editores independientes, autogestionando y haciendo viable un proyecto editorial.
Siguiente hito bello. A la altura del número 3 ó 4 de La Más Bella (sobre el año 96 ó 97) fuimos invitados a participar en los III Encuentros de Editores Independientes que en aquel año se celebraron en La Rábida (Huelva) y que desde entonces y en sucesivas ediciones se siguen celebrando en la localidad también onubense de Punta Umbría bajo el nombre de EDITA, impulsados por el promotor-catalizador-reactor-gestor cultural y poeta Uberto Stabile. EDITA es un encuentro que acoge editores de variadísimas dinámicas editoriales, desde autores individuales que editan apenas para su círculo de amigos hasta editoriales independientes que arañan con fuerza los mercados editoriales establecidos. Pero aquellas primeras visitas a EDITA supusieron la constatación de que el fenómeno editorial independiente era muchísimo más extenso de lo que conocíamos, y que su dinámica hay que visualizarla como una serie de movimientos concéntricos, localizados en los cuatro puntos cardinales pero que apenas tenían interconexiones o una trascendencia más allá de lo local. De hecho, las sucesivas iniciativas que a menudo se dan en foros como EDITA para crear redes editoriales independientes han acabado casi antes de empezar. Tal vez los movimientos editoriales independientes están tan aferrados a sus creadores y han pensado tan poco en sus posibilidades de involucrar a otros entes que sus posibilidades de federación son ilusorias. ¿Tiene posibilidad una pequeña editorial, un colectivo que autoedita sus fanzines o plaquettes de llegar a más gente, de aumentar sus tiradas, de alimentar una web a diario, de gestionar una distribución, de recibir malas críticas…? Dicho de otra manera, ¿tiene un editor independiente -que casi conoce por su nombre a los destinatarios de su producción- la disposición de hacer que su pasatiempo cervecero se convierta en una obligación de varias-muchas horas al día? EDITA enseñó a La Más Bella que la actividad editorial bulle en cada rincón ibérico e iberoamericano, pero también que hay que medir nuestras fuerzas.
Porque en La Más Bella siempre hemos sacado pecho a la hora de afirmar que hemos sido capaces de medir nuestras fuerzas, esto es: no editar más de la cuenta, más caro de la cuenta, más malo de la cuenta. Y hemos tratado de hacernos la pregunta de ¿a quién le gustamos, quién nos ve ahí fuera? Y la respuesta es: prácticamente nadie nos ve ahí fuera. Así de claro es y así de claro conviene tenerlo. El universo de la edición de arte es colorido y a ratos brillante, pero le interesa a quien le interesa, y llega a quien llega. Comenzamos así poniendo el parche antes que la herida cuando nos adentramos en El Problema de Problemas: la distribución. Distribución es un término técnico, es una de las piezas clave de la industria editorial, hasta el punto de que hay empresas muy especializadas en ello, y hay alguna casa editorial importante que tuvo que crear su propia estructura de distribución para darle salida a sus ya de por sí estupendas y atractivas ediciones. Si un editor de lujosos libros de diseño y arquitectura tiene problemas para distribuir (que no vender) sus ediciones, ¿qué se puede esperar de los demás? Se puede esperar que editemos y nadie se entere. Y eso es lo que pasa. Las explicaciones son sencillas y ya están apuntadas más arriba: ¿por qué las industrias distribuidoras deben portarse bien con editores cuya política de antigestión complica la burocrática vida de un almacenista-transportista? ¿Por qué si yo edito de una manera deliberadamente minoritaria, pensando en nuestros gustos y en un puñado de amigos, he de esperar que una empresa profesional de distribución crea en mí, cuando yo mismo edito pensando en muy poca gente? Usted haría lo mismo, si alguien intentara meter una figura cuadrada en su empresa redonda. Edición independiente y distribución profesional han parecido ser siempre enemigos irreconciliables y seguramente lo son. En cambio, la opción para solucionar este problema de invisibilidad es bien sencilla: ser visible. La dinámica de las ediciones independientes va ligada estrechamente a los movimientos personales de sus editores. Es común cuando uno visita un evento donde haya un stand de una pequeña editorial o un fanzine que detrás de la mesa esté el editor en persona, que sea él el que ha llevado el material en el maletero de su coche y el que dé las gracias cuando se produce una venta. La visibilidad de estas ediciones depende de los esfuerzos de los editores por enseñar ellos personalmente sus ediciones. Esta es la manera ineficaz pero inevitable de hacerse ver. Y así ha sido en el caso de La Más Bella, entre cuya actividad editorial a menudo incluímos las charlas que nos invitan a dar o las ferias donde podemos desplegar nuestro voluntarioso top-manta. Luego, cada proyecto tiene sus características, su público y sus posibilidades de estar cuando los editores físicamente no pueden. A veces uno daría gracias por poder poner una máquina automática que enseñe y venda las ediciones, en lugar de estar horas y horas sentado tras un stand en una glamourosa feria de arte. Y a veces estas ideas imposibles suceden, y nacen proyectos como Bellamátic, una máquina expendedora que La Más Bella ideó para no tener que ir a diario a sentarse en la susodicha feria. Incluso las ideas más descabelladas pueden tener una utilidad insospechada. ¿Puede una máquina automática sustituir el trato con el editor, sobre todo cuando hablamos de ediciones raras, de autores poco conocidos, de auténticos packs sorpresa que no se venden baratos? No, una máquina no puede sustituir al editor. ¿Y puede vender lo suficiente como para amortizar la inversión y hacer viable una pequeña editorial independiente? No, una máquina sólo vende si lo que vende es absolutamente conocido por el comprador. Pero no desesperemos: ¿puede una máquina expendedora automática ejercer de auténtico embajador, de poste publicitario ambulante, de catalizador de otros proyectos que dinamicen la actividad editorial principal? ¡Ah! Eso sí puede, y eso es lo que ha sucedido con el proyecto Bellamátic que La Más Bella inició en 2001. Bellamátic y sus sucesivas versiones Bellascopio, BolaBellamátic y Bellamatamátic son máquinas nominalmente pensadas para vender proyectos editoriales de corte independiente, como ediciones de La Más Bella y de otros editores con los que hemos colaborado y hemos conocido por el camino. Hay máquinas que han viajado por toda España (y más lejos) y que nos han permitido ir con ellas de la mano (y de paso hacernos expertos mecánicos de máquinas de vending) y otras que nos han pedido adaptar para, por ejemplo, presidir la entrada de uno de los escaparates más in de la creación contemporánea madrileña, el Matadero Madrid. Pero sobre todo han servido para generar toda una serie de actividades en torno a ellas que han hecho visible a La Más Bella (a nosotros personalmente y a nuestra producción editorial) y nos han convertido en gestores de proyectos más complejos que la simple edición. Y eso ha redundado en un mayor conocimiento de quién somos, qué hacemos y dónde estamos.
Podemos decir, una vez más, que no creemos que sea una idea extrapolable a todo el gremio de pequeños editores, pero también podemos decir que iniciativas de este tipo, sea ésta o cualquier otra, son imprescindibles para darle oxígeno a la actividad principal de editar. Y si alzamos la vista hacia proyectos editoriales con los que nos sentimos muy identificados en el ámbito español encontramos dinámicas similares: véase el caso de La Lata, unas elaboradas ediciones embutidas en latas de conservas tras las que siempre aparecen los contorneos de sus infatigables editoras Manuela Martínez y Carmina Palacios (www.lalata.es); el proyecto El Cártel, una revista promovida por dibujantes e ilustradores editada en forma de cartel y que ellos mismos pegan por las calles (www.elcartel.es); el fanzine ¡Qué Suerte!, donde la manera más eficaz de hacerse con uno de sus delicados ejemplares es quedando con su propio promotor Olaf Ladousse (www.olafladousse.com) al amor de cualquier bar; o los largos paseos de la Revista Caminada, un ejemplo extremo de revista conceptual centrada en el arte acción, que sólo existe en el momento en el que los editores y los colaboradores quedan en un punto de la ciudad, convocan a los posibles lectores de la revista y van desplegando las páginas (entendidas de modo inmaterial, en forma de performance) en las calles o esquinas del lugar elegido. Es el ejemplo puro de revista en la que hay que estar: editor, colaborador y público. Si no estás, no hay revista.
Y es que hay que estar, siempre, hay que ir de la mano de tus propias ediciones, y hay que ponerse personalmente al teléfono si alguien te llama pidiendo ejemplares. Porque tal vez al otro lado de la línea haya otro héroe, esta vez sentado en su librería. Si una librería tiene otro tipo de publicaciones, si tiene fanzines, libros de artista, proyectos autoeditados por los propios poetas, creadores… si usted se encuentra alguna vez con un librero de este tipo, por favor, dele un abrazo de nuestra parte. Porque sin duda se encuentra ante un modelo de antigestión librera. Nada complica más el trabajo de un librero que tener que gestionar ediciones realizadas por editores no profesionales, cada cual con una casuística distinta, con distintas maneras de llevar sus cuentas (si es que, en el mejor de los casos, lleva sus cuentas), sin ISBN, con direcciones y teléfonos cambiantes, con irregularidad en los envíos, en las novedades, con productos que no le caben en las estanterías… Afortunadamente existen algunos notables ejemplos en varias ciudades españolas. A ellos este homenaje.
¿Es la edición independiente otro motivo más para llorar cuando nos comparamos con otros países? No, ciertamente. Aquí incluso habría que incluir a toda la industria editorial, dado que España ha sido y sigue siendo una gran potencia editora (esto lo sabemos porque lo leemos en los periódicos, vaya). En nuestras recientes experiencias viajeras enseñando el proyecto, las ediciones y el modelo de gestión de La Más Bella las dinámicas que hemos encontrado son similares a las nuestras, en uno u otro punto. Es como si la pelea de la edición independiente no tuviera mucho o poco que ver con los contextos culturales y económicos de cada país, sino con la propia idea de lo independiente frente a lo establecido, una pelea de la-manera-homologada-de-hacer-las-cosas y el empeño de insistir en que hay-otras-maneras-de-hacerlas y ya de paso proponer que hay otras maneras de vivir tu vida. Y estas fuerzas contrapuestas son comunes a todo el mundo occidental, independientemente de contextos culturales y coyunturas económicas. Los lugares donde prolifera una actividad potente en el campo de la edición independiente son los mismos donde ya hay una tradición en la industria cultural y editorial. Desde luego en muchos lugares de Europa, en casi todos los que hemos conocido. Citemos el caso de la revista Biblia, en Lisboa (www.myspace.com/revista_biblia), el proyecto Shift! en Berlín (www.shift.de) o la británica Karen (www.karenmagazine.com). Los tres casos proceden de ámbitos europeos que no son sospechosos de parálisis cultural, y los tres tienen el mismo impulso: iniciativas personales -casi personalistas- que muestran que se puede editar de otra manera, o lo que es lo mismo, puede uno aportar su ecosistema editorial proyectos interesantes y personales sin la necesidad de someterse a criterios de productividad, rentabilidad, crecimiento… Subyace en todos ellos la idea de que una cierta actitud creativa, una producción artística puede tener como soporte una edición, una revista, idea con la que La Más Bella convive inconscientemente desde sus inicios.
Pero cambiemos de latitud: Iberoamérica. ¿Es la edición independiente la respuesta a la carencia económica, a la inexistencia de una vida cultural? Nuestra experiencia nos hace matizar esta idea. Como decíamos más arriba hemos tenido la oportunidad de conocer proyectos editoriales procedentes de capitales en las que de un modo u otro ya existía una cierta actividad cultural y editorial, una industria. Los proyectos editoriales que hemos encontrado en estos contextos responden más bien al interés por contar las cosas de otra manera, antes que ser una reacción a la imposibilidad de contarlas. Si bien casos como la Eloísa Cartonera de Buenos Aires (www.eloisacartonera.com.ar) se explica (ellos mismos lo dicen así) en el contexto de una crisis económica severa, el proyecto va más allá y hunde su raíz en ideas que han alimentado también los orígenes de La Más Bella: si el entorno editorial establecido tiene un ritmo lento forzado por según qué causas, no merece la pena esperar: es sencillo fotocopiar y encuadernar a mano los ejemplares. Se trata más bien de editar de otra manera, y más rápido, que las anquilosadas y lentas estructuras de la industria editorial. Amplíese el arco argentino a otros proyectos como VOX (http://proyectovox.org.ar), Clase Turista (www.edclaseturista.com.ar)… claros ejemplos de que de lo que se trata es de contar otras cosas de otra manera, y de paso (pero no en primer lugar) de responder al entorno económico hostil. Chile, Venezuela o México nos han ofrecido similares ejemplos (Animita en Concepción, Chile (http://animita.org); Pulgar en Caracas, Venezuela (http://pulgar.multiply.com); Fakir en México D.F.) de aportaciones personales e independientes en entornos en los que la industria editorial ya existía en cierto grado.
La pregunta del millón (o sea, del millón de bits, o sea, del megabyte): ¿y qué hacemos ahora con la llegada de lo digital? Nadie tiene respuesta a esta pregunta, puesto que apenas tenemos delante una foto fija del presente digital. Comencemos por decir que lo digital aún no ha acabado de llegar, y sigamos por recordar la obviedad de que la convivencia es posible. Citamos de memoria a Anja Lutz, promotora del proyecto berlinés Shift!, que ante esta pregunta afirmó entusiasmada que los que hacíamos ediciones objetuales estábamos de enhorabuena con la llegada del mundo digital, porque la inmaterialización de millones de contenidos editoriales llenarán de valor los proyectos basados en la materialización. Posiblemente habrá menos competencia, y desde luego que seguirá habiendo personas, tal vez más, que valorarán en su justa medida la opción de tener objetos que sólo se pueden disfrutar entre la manos. Como suele pasar en estos casos, saldrá perdiendo el que se encastille en sus mundos de corta y pega y el que ciegamente reniegue y se sumerja en los laberintos digitales que, recordémoslo, están muy muy lejos de nuestro control. El hecho de que haya entidades que puedan decidir por su cuenta eliminar tus contenidos de la red hacen difícil la antigestión: si no te adaptas a los Términos y Condiciones te quedas fuera. En cambio si la crisis cierra la imprenta siempre te quedará la fotocopiadora, y si no, a mano. Porque en esto de la edición independiente, o al menos de nuestra edición independiente (cada uno tendrá la suya) es bastante importante que alguien se haya tomado la molestia tiempo atrás de crear sus Términos y Condiciones, que algunos hemos leído con mucha atención y gozo para poder darle la vuelta y editar bajo tus propios Cérminos y Tondiciones. Y si hace falta, antieditarlos.